En los primeros años de la administración kirchnerista cuando apenas despuntaban las primeras críticas a los derechos de exportación o las incipientes intervenciones a los mercados los funcionarios pingüinos respondían «pero tienen el gasoil subsidiado».

Soja

Doce años después, esa idea de desacoplar los precios internacionales de los internos demostró su fracaso por provocar un fenomenal incremento de los costos de producción de soja, el principal cultivo del país. Así lo demuestra un análisis del productor y ex vicepresidente de Confederaciones Rurales Argentinas (CRA) Néstor Roulet. El costo total se incrementó 133% entre las campañas 2003/4 y 2014/15, pero los mayores aumentos se registraron en aquellos rubros en los que el gasoil tiene el peso más importante: labranza (220%), flete y comercialización (190%), e infraestructura (300%). En los tres rubros pasaron de US$ 42,2 por hectárea a US$/ha 126,7; de US$/ha 66,8 a US$/ha 192,3ha, y US$/ha20 a US$/ha 80, respectivamente.

Esas subas, según el informe, transformaron los costos argentinos en los más altos entre los principales productores de soja del mundo. Si se lo compara con Brasil, el principal competidor de la Argentina en la oferta sudamericana de la oleaginosa, se observa que en 2004 ambos tenían un costo de gasoil igual, equivalente a US$ 0,49 por litro. En el país vecino, once años después, ese valor aumentó 81%, mientras que en la Argentina subió 182 por ciento. Roulet señala que si los productores argentinos hubieran tenido el mismo porcentaje de aumento del gasoil que los brasileños, el rinde de indiferencia de la soja hubiera bajado de 38 qq/ha a 32 qq/ha.

En un ejercicio hipotético, además, plantea que el rinde de indiferencia podría ser todavía menor si el nivel de los derechos de exportación de la soja volviera a 2004, es decir, a 23,5 por ciento. De esa manera, el rinde de indiferencia bajaría a 27qq/ha, como consecuencia de que el costo, que hoy se sitúa en US$/ha 818, pasaría a ser de US$/ha 696,88. La base del cálculo es que el precio de la soja se incrementó un 12% en Chicago en diez años, pero bajó 5% en la Argentina debido a la incidencia de las retenciones (35%). Con una alícuota de 23,5%, el incremento argentino se hubiera equiparado al de Chicago. Según Roulet, esa pérdida de competitividad significa la «argentinización del cultivo de la soja», es decir, una actividad que era rentable hace diez años dejó de serlo por «las malas políticas del gobierno nacional».

Ni la pérdida de competitividad ni de rentabilidad de la agricultura parecen inquietar al Gobierno. En todo caso, responsabilizan de ambas situaciones al contexto internacional. Sólo expresaron sus interés en que los productores se desprendan lo más rápido posible de la cosecha para que el Banco Central tenga dólares.

Algunos funcionarios, como el ministro de Economía, Axel Kiciloff, creen que producir soja equivale a pensar un modelo de país para «cinco millones de personas», como trascendió en una columna publicada en el suplemento de Economía de La Nación el domingo pasado. El asesor económico más escuchado por la presidenta Cristina Kirchner, que además podría tener un papel preponderante en un eventual gobierno de Daniel Scioli, no tiene en cuenta que la soja es mucho más que un simple poroto. La Argentina es el país donde mayor grado de industrialización tiene la oleaginosa con la elaboración de harinas proteicas, aceite y biodiésel respecto de los principales productores, Estados Unidos y Brasil. La cadena de la soja se asienta sobre innovaciones en maquinaria agrícola, semillas y protección de cultivos y se articula con sistemas de logística (silos bolsa), comercialización (mercados de futuros) y servicios de todo tipo. Lejos de ser un sector primario meramente extractivo, el complejo oleaginoso argentino está en la frontera del cambio tecnológico global del siglo XXI con la incorporación de enormes volúmenes de paquetes de información (big data), agricultura de precisión, uso de drones, y la adopción, cada vez con más énfasis, de las Buenas Prácticas Agrícolas (BPA).

El resto de los cultivos podría exhibir una dinámica similar si no se los restringiera con políticas propias del proteccionismo industrial de la primera mitad del siglo pasado. Una agricultura competitiva podría potenciar a una industria competitiva. Y viceversa.

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