Los productores del Alto Valle la denominan «la plaga Martínez de Hoz». En el resto del país se la conoce a secas como la apreciación del peso. La ausencia de mote deja en claro que en ningún lugar se sufre los vaivenes cambiarios de la moneda como en las economías regionales. Sufrieron y mucho en tiempos de la «tablita» y de la convertibilidad. Y las devaluaciones les dieron esporádicos respiros a estas actividades que tienen un componente de la mano de obra superior al 50% de sus costos.

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Pero esta vez, los productores de peras y manzanas del Alto Valle no sólo están lidiando con «la plaga Kicillof», sino con las 7 plagas bíblicas de Egipto. A saber: sus grandes clientes como Rusia, la Unión Europea y Brasil devaluaron el rublo, el euro y el real; sus competidores como Sudáfrica, Chile y Nueva Zelanda también devaluaron; caída de los precios internos; la inflación del 40% de los costos; la descomunal presión impositiva que según la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (CAME) pone en situación de riesgo a 157.000 pequeños y medianos productores de 28 complejos regionales, y gremios muy fuertes e intransigentes en las negociaciones. Prueba de esto es que la cosecha de la pera Williams, con la que arranca la temporada, debió haber comenzado la semana pasada, pero se encuentra hasta el momento trabada por la discusión gremial.

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Todas estas plagas juntas provocan la crisis más grave de la historia de los productores de peras y manzanas del Alto Valle, a los que hay que agregar también a los viñateros de Mendoza y San Juan aunque por otras razones. A estas alturas del partido tienen la certeza que van a perder mucha plata y que muchos de los pequeños y los de menor eficiencia productiva van a quedar en el camino a lo largo de 2015.

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Como siempre ocurre en estos casos, la política se despabila y atiende, tarde, el descalabro productivo ya instalado. Como nos tiene acostumbrados el gobierno nacional y los provinciales salen como bombero a tratar de apagar el incendio que ellos mismos causaron. Porque la devaluación de las monedas de los países que compran nuestras frutas sólo agudizó un problema estructural de falta de competitividad. Un informe de la Coordinadora de las Industrias de Productos Alimenticios (Copal) consigna que en los primeros diez meses de 2014 las economías regionales acumularon una baja de 11,9% en sus exportaciones contra igual período de 2013.

Aquí un político no gana elecciones utilizando la palabra competitividad en su discurso electoral. A pesar de que es determinante del desarrollo económico es muy improbable que sea el eje de alguna de las campañas de este año. El costo que se paga por este sistema es conocido por todos, pero algunos lo pagan más que otros. Sin duda, las economías regionales son las grandes perjudicadas por la ausencia de un concepto moderno de competitividad en el pensamiento de la política.

La opción parece ser recuperarla o seguir apagando incendios.