Con el apoyo del INTA, los productores de Entre Ríos recuperaron una actividad tradicional y ancestral que destacó a la zona a principios de siglo.

Un aire de nostalgia sobrevuela Victoria, Entre Ríos, cuando los productores recuerdan los viñedos que trepaban las galerías de las casas y perfumaban los dulces días de sus infancias.

Es que esta provincia de la Mesopotamia supo ser referente nacional de la producción vitivinícola en tiempos coloniales, recuerda Raúl Brassesco, jefe de la agencia de extensión rural del INTA Victoria. A mediados del siglo XIX la provincia cultivaba más cepas que en Mendoza y San Juan.

Mientras recuerda sus días debajo de la parra de su abuela, Raúl reflexiona: “La vid en esta zona es tradición, cultura y, por sobre todas las cosas, identidad”.  Nuestro objetivo es que la región “recupere el esplendor que supo tener a principios de siglo” y para ello, desde las agencias de Concordia y Victoria acompañamos y asesoramos a los productores descendientes de inmigrantes vitivinicultores.

Para Brassesco, la provincia tiene una “gran potencialidad y un largo camino por recorrer”. Con este objetivo los técnicos trabajan en base al material conservado en el Banco de Germoplasma para recuperar aquellas variedades ancestrales e identificar algunas nuevas que sean más adaptables a las características ambientales de la zona.

“Así como Mendoza tiene el Malbec y La Rioja el Torrontes, nuestra zona en poco tiempo tendrá su cepa emblema: la Tannat o la Marcelane, esta última aún en proceso de prueba”, aseguró el técnico de Victoria.

Se trata de una variedad francesa muy productiva y con gran adaptabilidad a la región que –según Brassesco– presenta los caracteres de aroma, sabor y color demandados por el mercado nacional y del gusto del consumidor europeo: “El paladar de los argentinos está adaptado a los vinos de Cuyo, mientras que los realizados en Entre Ríos se están incorporando a la mesa de los argentinos y, algunos de ellos, se asemejan al paladar francés”.

Esta proyección comercial genera gran expectativa entre los vitivinicultores, ya que en la actualidad la producción está destinada a autoconsumo y al consumidor local ligado al turismo rural.

Un brindis por la producción ancestral

A mediados del siglo XIX, los colonos iniciaron una próspera producción agrícola basada en cultivos provenientes de sus países de origen, entre los que se destacaron los viñedos.

A partir de 1880 se implementaron políticas de estímulo que se vieron reflejadas en el incremento del área cultivada: más de 4 mil hectáreas de viñedos y 60 bodegas en las ciudades de Concordia y Colón.

Para 1890, Entre Ríos cultivaba más cepas que en Mendoza y San Juan, al tiempo que Concordia era el tercer puerto de mayor movimiento de la Argentina con unos 500 barcos anuales. Entre 1894 y 1916 la producción vitivinícola creció un 700%.

Pero, eventualmente, los años de bonanza llegaron a su fin. En 1930 se promulgó la Ley Nacional Nº 12.137 para desanimar la actividad en la zona y fomentarla en Cuyo. “Aún hoy los productores recuerdan con tristeza cómo los inspectores arrancaban las vides de raíz y perforaban toneles y alambiques”, aseguró el técnico del INTA.

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