Si bien las fuertes lluvias que castigaron a la ciudad de Buenos Aires y a otras regiones del país durante la semana pasada, no fueron las más intensas de las últimas décadas (según los registros oficiales), la magnitud de los daños ocasionados pone en evidencia una vez más que el cambio climático llegó para quedarse y que las ciudades no están incorporando las políticas necesarias para afrontarlo.

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«El clima cambió, y no es fortuito que estén sucediendo estas tormentas. Estos eventos extremos se van a repetir cada vez con mas frecuencia», afirmó Guillermo Murphy, titular de la cátedra de la Climatología y Fenología Agrícolas de la Facultad de Agronomía de la UBA (FAUBA), al reflexionar sobre las causas de los fenómenos meteorológicos del pasado 1 y 2 de abril, junto a Liliana Spescha y Adela Veliz, docentes e investigadoras de la misma cátedra.

Según los registros pluviográficos del Servicio Meteorológico Nacional, que permiten medir la intensidad de las precipitaciones, el evento que se registró en la Ciudad de Buenos Aires ocupa el sexto lugar en intensidad desde 1990. En esta oportunidad llovieron 53,9 milímetros por hora, mientras la tormenta más severa fue en enero de 2001, con 98 mm/h.

En La Plata, la información suministrada por el Servicio Meteorológico Nacional (según el cual allí se registraron 181 mm el 2 de abril) se alejó fuertemente de los datos de la Universidad Nacional de La Plata, que registró una acumulación de 392 mm para la misma jornada, con observaciones realizadas a las 9, 15 y 21 horas. «Aún teniendo en cuenta la información oficial, en pocas horas llovió más del doble que el promedio histórico de todo el mes de abril, situado en 80 mm», alertó Veliz.

«En Buenos Aires, la tormenta fue importante, pero no la más intensa, y sin embargo las consecuencias fueron muy graves, con pérdidas humanas y económicas», señaló Murphy. «Queda claro que las ciudades son cada vez más vulnerables a este tipo de eventos. Hay que hacer algo, porque el clima cambió y el crecimiento urbano también determina que, ante estos eventos cada vez más habituales, ocurran catástrofes», agregó Veliz.

Al respecto, Spescha apuntó que en las décadas del 40 y 50, cuando fueron diseñadas gran parte de las obras de Buenos Aires, la ciudad tenía una relación de escurrimiento e infiltración cercana al 50%. Hoy, esa relación cayó a 10%, porque desaparecieron muchos espacios verdes y el terreno fue cubriéndose con concreto, que no absorbe el agua. «Por eso pensamos que la adaptación al cambio climático comienza por la implementación de políticas al respecto y un plan de contingencia, que hoy, en la práctica, no existe», dijeron los docentes de la FAUBA.

Con respecto a los cambios en el clima que se generaron en los últimos años, explicaron que amentaron las precipitaciones anuales, sobre todo en el semestre cálido, cuando las lluvias son de tipo convectivo, más intensas y concentradas en superficies menores.

«Son eventos más puntuales, no generalizados», afirmó Murphy, y ejemplificó con los registros pluviométricos oficiales del pasado 2 de abril, de los alrededores de Buenos Aires: En el barrio porteño de Villa Ortúzar, por ejemplo, llovieron 159 mm (59,8 en sólo una hora), mientras en ese momento, a una distancia muy corta, llovían aproximadamente 40 mm en Aeroparque. En el conurbano, también caían 116 mm en Ezeiza, 101 en El Palomar, 89 en Morón y, como valor extremo, 185 mm en San Fernando.

Fuente Infocampo