Desde el INTA, aseguran que el agua es vital para que los cultivos asimilen los nutrimentos y advierten que el déficit hídrico altera muchos procesos celulares que intervienen en la acumulación de materia seca. Recomendaciones para reducir pérdidas.

Falta humedad

De todos los recursos que las especies vegetales necesitan para crecer y desarrollarse, el agua es el más importante. Los desbalances en su flujo, incluso si son pequeños, pueden afectar procesos celulares que intervienen en la acumulación de materia seca y, como consecuencia, en la productividad de los cultivos. Recomendaciones del INTA para reducir pérdidas.

Para Lucrecia Brutti –técnica del Instituto de Investigación Suelos–, “el déficit de agua en el suelo es el principal factor que impide que los cultivos alcancen su potencial de productividad”.

“Esto ocurre –especificó– cuando el volumen de agua, de lluvia o por irrigación, es menor al requerimiento del cultivo, o bien cuando se tiene poca disponibilidad de agua en los momentos de demanda máxima, en combinación con suelos con baja capacidad para retener la humedad en forma disponible”.

De acuerdo con la investigadora, el déficit de humedad del suelo disminuye la disponibilidad de los nutrimentos, a pesar de que se encuentren en cantidades suficientes. “Las plantas requieren que los nutrimentos se encuentren disueltos en la solución del suelo para que puedan ser absorbidos y translocados hasta los lugares donde van a ser metabolizados”, puntualizó.

Una de las estrategias viables para reducir el impacto combina la rotación de cultivos, los rastrojos en superficie, como así también la implementación de cultivos de cobertura. “Un suelo cubierto con vegetación controla la erosión, al tiempo que consume y almacena agua que, en período de escasez, harían menos perjudicial la situación”, aseguró.

En cuanto a los sistemas de rotación, señaló como “adecuado” aquel que se realiza entre leguminosas y gramíneas con necesidad nutricional y patrones radiculares distintos. Así, dejarán abundantes rastrojos de lenta descomposición que favorece la biodiversidad y evita la degradación de los suelos del lugar.

Para el caso de las zonas de secano, Brutti recomendó contemplar un sistema de riego amigable con el ambiente.

Agua en el suelo, un factor clave

La capacidad de un suelo para retener agua disponible para las plantas depende principalmente de la textura del suelo. “En general, los suelos arcillosos pueden retener mayor cantidad de humedad que los suelos livianos o arenosos”, explicó Brutti.

Es que, el agua se mueve en el suelo por el flujo generado por la presión en la masa de suelo. Así, se traslada desde zonas de alto contenido de humedad, donde hay macroporos llenos de agua, hacia regiones de menor contenido de humedad, donde solo hay agua en poros de menor tamaño.

“A medida que la planta absorbe el agua del suelo, cerca de la superficie de la raíz se crea una zona donde el potencial osmótico es bajo, con lo cual se genera un flujo masal de agua proveniente de regiones del suelo cercanas y con mayor potencial osmótico”, indicó la técnica de Castelar.