En la actualidad, existe una fuerte demanda para potenciar la producción de forraje en  suelos con limitaciones para la agricultura, que antes se destinaban a la cría extensiva con escasa o nula inversión tecnológica. En este sentido, el INTA Balcarce –Buenos Aires– trabaja en la incorporación de pasturas como una pieza clave para la transformación tecnológica de la producción ganadera.
“Es fundamental que los productores aprendan a ser expertos en pasto”, expresó Mónica Agnusdei, especialista de esa unidad del INTA. Y agregó que las pasturas deben “manejarse con los mismos criterios y precisiones que con los cultivos de cosecha anuales”.

Con buenas prácticas de manejo –siembra, pastoreo, nutrición mineral de plantas y cuidado ambiental–, es factible pasar de una producción anual de agropiro de 1 a 3 toneladas de materia seca por hectárea –en suelos tipo barro blanco– a rendimientos de 6 a 12 toneladas de materia seca, dependiendo del tipo de suelo y clima.

Los recursos forrajeros son elegidos para intentar suplir los requerimientos ganaderos durante todo el año: en primavera el forraje explota al crecer a tasas altas, en verano es muy variable según las lluvias y, en invierno, las temperaturas y el nitrógeno son limitantes.

“La buena noticia es que las pasturas perennes tienen un potencial productivo sustancial aún en ambientes marginales donde actualmente se concentra la cría y la recría vacuna”, explicó la especialista.

“La aplicación de buenas técnicas de implantación demostraron que el agropiro alargado en suelos no agrícolas presentó un excelente comportamiento local alcanzando altas producciones de forraje desde el mismo año de implantación”, señaló la técnica del INTA Balcarce.

De acuerdo con Agnusdei, a pesar de las posibilidades que brindan las pasturas perennes, “estos ambientes siguen siendo subutilizados y la ganadería depende –en gran medida– de verdeos anuales”. Con un uso inteligente, este panorama puede revertirse.

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