Especialistas del INTA aseguran que, por primera vez, la demanda está en constante crecimiento y destacan el posicionamiento de este producto entre los consumidores, que lo consideran saludable y accesible. Las nuevas tendencias alimentarias impulsan una mayor diversidad en la ingesta de proteínas, un contexto que plantea oportunidades a la producción animal.
Así como China, recientemente, se sumó al consumo de carnes rojas e impulsa la compra de cortes bovinos en el mundo, existen a escala mundial otros cambios de hábitos alimenticios que plantean nuevos escenarios, oportunidades y desafíos.
Tal es el caso de la población argentina, en especial, las nuevas generaciones cuyas preferencias y hábitos varían en línea con las tendencias mundiales de alimentación más variada, saludable y sustentable. Asimismo, el acceso a información global y el desarraigo paulatino de las tradiciones alimenticias de los pueblos impulsan una ingesta de proteínas más diversa que alcanza, incluso, a las proteínas vegetales.
“La ganadería tiene que asumir que la carne bovina juega un partido muy equilibrado en el mercado interno con las otras carnes, como nunca había sido”, subrayó Aníbal Pordomingo –especialista en ganadería del INTA– y, en esta línea, confirmó que “por primera vez en la historia, el consumo de carne aviar casi equipara a la bovina, como así también el consumo de carne de cerdo está sustituyendo a la vacuna”.
Según datos de la Secretaría de Agroindustria de la Nación, el consumo aparente de carne aviar promedio entre enero y junio de 2019 es de 42,49 kilos por habitante por año, con un incremento interanual del 0,8 %. El sector presentó un crecimiento interanual del 4,5 % en producción, área en el que se superó el millón de toneladas de enero a junio de 2019.
En este sentido, Claudia Gallinger –especialista en avicultura y directora del INTA Concepción del Uruguay, Entre Ríos– aseguró que “en los últimos tiempos, hubo una importante desmitificación de la carne de pollo, motivo por el cual, pasó a ser considerada por los consumidores como un alimento saludable, incluso más digestible que las carnes rojas”.
A su vez, reconoció que “esta carne se ofrece en el mercado con una gran diversidad, lo que atrae a los consumidores y aumenta el consumo”, al tiempo que agregó que “la carne de pollo siempre resulta una alternativa a la vacuna en cuestión de precios, en especial en contextos de crisis económica”.
En esta línea, Pordomingo completó el concepto y aseguró que “a pesar de la coyuntura económica de nuestro país y las nuevas tendencias alimenticias, no se modificó el consumo total de carne por habitante por año, sólo que, ahora, la canasta es más amplia”.
Para Gallinger, “la carne de pollo se posiciona, cada vez más, en el mundo debido a sus numerosas ventajas productivas con una tendencia de consumo en constante crecimiento”. En este sentido, destacó las características productivas beneficiosas tales como su buena conversión, la posibilidad de generar una crianza intensiva muy bien controlada y que su consumo no está afectado por cuestiones religiosas.
Con respecto al incremento de la demanda de la carne aviar, la investigadora de Concepción del Uruguay subrayó que “los productores argentinos están tecnológicamente preparados para afrontar los desafíos que implican un mayor consumo de pollo”.
De todos modos, reconoció que el sector, aún, “debe mejorar su competitividad”, lo cual no solo obedece a los índices productivos, sino también a cuestiones económicas internas del país.
En la actualidad, la Argentina exporta el 30 % de la producción total de carne aviar porque no conseguimos nuevos mercados, aun teniendo las capacidades para producir más, indicó la directora, al tiempo que aseguró que “la atención se la lleva el consumo interno que se encuentra en constante expansión, con cifras que crecen año a año y hoy se ubican entre los 43 y 46 kilos por persona por año”.
Un dato no menor si se tiene en cuenta que el argentino tiene un consumo de proteínas de origen animal muy alto a escala mundial que supera los 100 kilos de carne por habitante por año.
Con respecto al aporte del INTA al sector, la investigadora del INTA destacó el rol del organismo en materia de implementación de tecnologías, bioseguridad, gestión ambiental, inocuidad y tecnologías de procesos. En cuanto a la sanidad, ponderó el trabajo en conjunto realizado con el Senasa, de la mano de los servicios de diagnóstico de enfermedades.
En este sentido, reconoció que la industria aviar tiene una alta demanda tecnológica y de equipamientos, dadas las características propias del sector que simplifican su implementación. “Al tener ciclos cortos de producción, su dinámica es mucho más rápida que la bovina, lo que complejiza el adecuado acompañamiento por parte del Estado”.
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